La ciudad
La ciudad parece un infierno de blancos ángeles;
Sepelios de vados permanentes y gas butano
Que sueñan bajo cuarteados techos de cárceles.
El aleteo de los aires acondicionados,
Esos truenos fustigadores de cada verano,
Hace tiritar a las estrellas en los tejados.
La madrugada se arrastra como un cadáver frío.
Las calles son miserables huellas a contra mano
Que tropiezan en disyuntivas de aspecto sombrío.
Los jardines emergen en silencio en la oscuridad
Y los niños sueñan desahuciados por un romano
Que cumple las órdenes de un Herodes sin navidad.
Una horda de palmeras afila sus glaucos dientes
Mientras arengan sus voces a algún astro lejano,
Como el enfurecido carmín que besa a sus clientes.
Suplican las razones por circuitos poéticos,
Arrastrando por sus tripas lo puramente humano:
La bazofia de desagües y principios éticos.
Hostil se presenta la agonía de las aceras,
La divina luz de las farolas en lo pagano
Y hasta el adiós fingido de todas las camareras.