domingo, 23 de octubre de 2011

Descarnado

Edward Munch.


Caminos Del Espejo

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo.
Estoy sola y escribo.
No, no estoy sola.
Hay alguien aquí que tiembla.
Alejandra Pizarnik


Descarnado
Me aterra volver a verte.
Ver que me observas de frente,
con esa mirada inerte
y un silencio incongruente.

Y pasas sobre mis pasos;
El miedo acuño entre mis venas.
Lloran tus cabellos lasos,
largas trenzas de condenas.

Con enorme simpatía
Te elevas por mis espinas,
Danzas en la cobardía
de un cuerpo enfermo de esquinas.

Con calma afilas mis miedos,
tejes un sueño de espumas.
La sangre de los viñedos
se amarga en tristes brumas.

Me acaricias con ternura
Y trotas por pretéritos
Embriagados de locura,
Repletos de parásitos.

Por mi espalda trazas huellas
donde descansa el lamento
Aturdido en las estrellas
que se fragmentan al viento.

Siento tus manos árticas
aplastando mis entrañas;
Dulces promesas trágicas
se empañan en las pestañas.

Tus labios son de otras bocas;
Frío pasado difuso
que hace desgastar las ropas
a un instante aún confuso.

Tañen roncas la campanas
En las horas agotadas.
Ya no adornas las mañanas.
No alumbras las madrugadas.

Tampoco huyes de mis dedos.
Tampoco saltas del vagón.
Te arrullas entre mis miedos
cuando desarmo otro botón.

Veo el rojo en tus retinas;
Me retas con la mirada.
Con tus artes me dominas,
Para qué empuñar la espada...

martes, 11 de octubre de 2011

Tormenta



Tormenta.
Llegar a casa y sentir el eco del llavero
Cuando sollozan los colmillos fríos de acero.

La vetusta puerta grita e interrumpe la calma;
Los goznes se caen de la rima consonante.
Al fondo, el led del teléfono se pierde en su alma;
Madre cree que unos minutos no son bastante.

Y sobre el fregadero, el fracaso de la cena
Con que quise enamorar a otra pobre sirena.

Las escaleras descansan de las sucias huellas
Y las cañerías inician su fecal ritual.
En el cielo hace horas que juegan las estrellas,
Desde el balcón la triste luna me parece igual.

En la luz de las farolas se apaga la noche;
Hay dos labios en el asiento de atrás de un coche.

Son grises cenizas las rosas en el florero
Y las palabras están salpicadas de tinta.
En la mesa, ya no puede más el cenicero…
Acabo otra botella; la luna está distinta.

Apoyada sobre el alféizar de la ventana
La luna se peina para hechizar la mañana.

Creo que pasaré esta gélida madrugada
Aliñando cigarros pegado al ordenador
Y cuando llegue el sueño, buscaré una almohada
Entre las lágrimas gastadas por otro desamor.

La soledad crepita en las puertas de madera
Y la luz se oculta en el rugir de la nevera.

Ahora, las nubes se retuercen en el cielo,
Un fino llanto inundan las calles de la ciudad.
Sus sollozos hacen vibrar los cristales de hielo
Y las zigzagueantes balas bajan sin piedad.

Tengo la madrugada incrustada en las costillas;
Maldito cenicero, ya no cogen más colillas.

Derrotado y ahogado en lacios recuerdos rubios,
Voy errante hacía una cama llena de mentiras.
Tengo el amargo del vino rumiando en los labios,
Tengo la suerte de respirar cuando suspiras. 

sábado, 1 de octubre de 2011

Mientras releo el periódico de ayer.


Mientras releo el periódico de ayer.
Mientras releo el periódico de ayer,
Café y tostadas con sabor a derrota.
El día amanece tras una gaviota
de alas con forma de piernas de mujer.

En la página principal de sucesos,
la muerte de una estrella en el negro cielo:
“Anoche se fundió en el frío hielo
tras una batalla de infernales besos”.

El fracaso del romance de la luna
con las esquinas marchitas de la ciudad,
se enreda con el silencio de una cuna
en donde aún se sueña con la humanidad.

La portada augura que no habrá un mañana,
que la nebulosa de grises cenizas
Amortaja corazones hechos trizas
y que nuestra cama queda ya lejana

Y sigue enferma la sección de contactos:
princesas que huyen con el frío amanecer
y camellos que destrozan los extractos
de un bolsillo en quiebra a punto de padecer.

Las calles corren envueltas en silencio
y los coches callan en hordas de metal.
la mar cae en forma de gotas de cristal
sobre tristes versos que no tienen precio.

Y el espejo está cansado de memoria,
de su ropa interior con aroma a jazmín,
de otra botella acabada sin victoria,
de lágrimas presas en el rojo carmín.