lunes, 22 de agosto de 2011

A las dos y veintidós de la madrugada


A las dos y veintidós de la madrugada
A las dos y veintidós de la madrugada,
El cielo se desploma sobre mi habitación.
Contra la almohada reviso las heridas
Y la radio se ahoga en otra triste canción.

Por la ventana se cuela un puñal de estrellas
Que tiritan en el negro de mis pupilas.
La cortina se deja amar por las mentiras
De esta agria noche de farolas intranquilas.

La luna chorrea sobre mis tenues versos,
Sobre las palabras manchadas de cenizas
Donde marchito, silencio el quebrado latir
De este conjunto de retales hechos trizas.

Las paredes están repletas de colmillos
Que vigilan el trazo torpe de mis dedos
Cuando acarician la tinta de los recuerdos
Con los que combato mis astillados miedos.

Por mis venas llevo un cabalgar rabioso
De lunas de miel y espinas de infernal carmín
Retorcidas en el polvo de otro triste adiós,
De las mañanas ajenas a que esto es el fin.

sábado, 20 de agosto de 2011

Niebla (II)


El letargo se había disipado en apenas un instante. Con la vista buscaba alguna pista y de pronto dejaba para ver si se oía algo, nada. Cuando estaba a punto de rendirme, de meterme en la cama, pude escuchar, claramente, el sonido de la piedra de un mechero y el crepitar del papel del cigarro.

Seguí buscando, ahora con más vehemencia, incluso con un poco de enajenación.

“Seguro que tiene unos ojos preciosos, verdes como el rayo de la primavera… y sus labios deben de ser grandes y carnosos, como el fruto del árbol prohibido del jardín del Edén.”

Tras varias ráfagas visuales y algún que otro silencioso relincho de resignación, me di cuenta de que era misión imposible, no había posibilidad de hallar a aquella mujer en medio de aquella bruma.

Decepcionado y triste, estaba cerrando la hoja de la ventana cuando una ligera voz lejana dejó escapar un suave: “te vas a marchar sin despedirte. ¿Siquiera un efímero buenas noches?”. 

martes, 16 de agosto de 2011

Domingo



Domingo
Amanezco a las una de la tarde
Entre ropas, papeles y colillas.
El sol es una astral lágrima que arde,
Que lanza sus estivales astillas.

Con la niebla matinal en la retina
Rebusco con torpeza por el suelo
Mi dosis inicial de nicotina.
Intento recordar mirando al cielo…

Cojo el pantalón, miro en el bolsillo,
Aquí no está, a ver en el otro… voilà.
Huele a frío silencio en el pasillo,
Del otro lado se escapa un ojalá.

Pregunto a las cenicientas sábanas
El por qué de esta lírica soledad,
De este puñado de ideas huérfanas
Que reclaman su espacio en la sociedad.

En mis poros el alma del siroco
Araña el verso de la madrugada
En el que las heridas del tampoco
Brotaban de entre la insomne almohada.

La solemne procesión de futuros,
Borrachos en mil miradas añejas,
Duerme por los rincones más oscuros
Náufragos en el hielo de mis rejas.

El eco del otro lado de la cama
Aviva el manantial de mis retinas,
La poesía se convierte en drama,
En alas abatidas las cortinas

En la ventana restos de primavera
Incendian el invierno de mis venas;
La vida pasa ajena por la acera.
En la ventana restos que no llenas.

martes, 9 de agosto de 2011

Por antonomasia



Por antonomasia.
Un gris portón chirría entre mis oscuros dientes
Y el nosotros se bifurca en un pasado y un jamás;
Esta guerra es insufrible sin tus ingredientes.

¿No recuerdas tus promesas? ¿Las noches a tientas?
¿Cómo arrancábamos de aquel Edén las manzanas?
¿Ya has olvidado el aire extinto de las mañanas?
¿El aletear de relojes sobre nuestras horas sedientas?

Sus manos ya no exhalan el olor de mis poros
Ha rehuido de mis grises labios su ártica piel;
Su adiós es la tinta de mis líricos tesoros.

Tengo la retina llena de llamas de acero,
Me siento como una boca de metro con sueño…
Sé que todo aquello que deseo tiene dueño,
Sucede que me he vuelto a dormir sobre un te quiero.

Pínchame con la rueca de tu ondulado pelo
Y déjame soñar sobre el lienzo de iris claros
Que elevan el mismo infierno hasta el séptimo cielo.

El corazón me hierve en mil espinosas neblinas
Y siento un baile de puñales sobre mis sienes
Que no consiguen entender por qué ya no vienes,
Por qué todo, absolutamente todo, está en ruinas.

Y vuelvo al vigésimo poema de Neruda
Y mientras releo sus dulces versos más tristes,
Te siento bajo mis manos otra vez desnuda.

Los mares se acentúan en la madrugada;
La noche se cierne sobre un capote de esquinas
Que tiritan en un jardín de ortigas y espinas…
El silencio se vuelve frágil en mi mirada.