El letargo se había disipado en apenas un instante. Con la vista buscaba alguna pista y de pronto dejaba para ver si se oía algo, nada. Cuando estaba a punto de rendirme, de meterme en la cama, pude escuchar, claramente, el sonido de la piedra de un mechero y el crepitar del papel del cigarro.
Seguí buscando, ahora con más vehemencia, incluso con un poco de enajenación.
“Seguro que tiene unos ojos preciosos, verdes como el rayo de la primavera… y sus labios deben de ser grandes y carnosos, como el fruto del árbol prohibido del jardín del Edén.”
Tras varias ráfagas visuales y algún que otro silencioso relincho de resignación, me di cuenta de que era misión imposible, no había posibilidad de hallar a aquella mujer en medio de aquella bruma.
Decepcionado y triste, estaba cerrando la hoja de la ventana cuando una ligera voz lejana dejó escapar un suave: “te vas a marchar sin despedirte. ¿Siquiera un efímero buenas noches?”.
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